miércoles, abril 25, 2007

Sangre de Campeón: 22.-Un campeón está en el equipo correcto

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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Mi hermano tendría que permanecer encerrado en una habitación esterilizada durante varias semanas. Podían ocurrir complicaciones graves: infección o rechazo al transplante. Su vida se hallaba en peligro todavía.

Yo lo iba a visitar todas las tardes, después del entrenamiento deportivo. Al oscurecer, uno de mis padres se quedaba con Riky y otro iba a la casa conmigo.

Aquella noche, le tocó a papá permanecer en el hospital. Mamá y yo subimos al auto y transitamos por la avenida principal.

Ella me preguntó:

- ¿Cómo van las cosas en la escuela?

- Mejor –contesté-. A Lobelo y a su amigo les dieron una advertencia por escrito: si son sorprendidos en otra travesura, los expulsarán para siempre del colegio.

- ¿ Y ya no te molestan?

Tosí un poco.

- No, pero me miran muy feo. Cuando los encuentro siento vibraciones negativas. Creo que pronto inventará algo para vengarse de mí...

- Mmh... –disminuyó la velocidad del automóvil y volvió a comentar. El señor Izquierdo también prometió hacernos daño, ¿te acuerdas?.

- Sí –respondí. En la comisaría estaba muy enojado porque lo acuse de robo. Dijo que éramos una familia de ingratos y que nos íbamos a arrepentir.

La miré de perfil; su cara se había puesto tensa.

- ¿Qué pasa mamá?, ¿por qué preguntas eso?, ¿por qué vas manejando tan despacio?

- No estoy segura, pero.

Orilló el coche y se detuvo por completo, mirando el espejo retrovisor.

- ¿Pero?

- Nos vienen siguiendo

Voltee. Era verdad. Dos autos se habían detenido justo detrás de nosotros.

El miedo me invadió.

- ¡Acelera! –le dije-. Es peligroso.

Ella negó con la cabeza.

- Felipe, ¿Esos coches que están detrás, ¿no son los que se detuvieron frente a la casa cuando intentaron robarla?, ¿Es uno de ellos el señor Izquierdo?

- Sólo veo las luces. Pero tienes razón. Deben ser ellos. ¡Vámonos!

- Dejaré que se acerquen... Somos gente civilizada. Les preguntaré qué quieren.

- ¡No! –exclamé-. Pueden hacernos daño.

En ese instante, se abrieron las portezuelas de los coches que estaban detrás de nosotros y bajaron cuatro hombres.

- ¡Vienen armados! –dije-. ¡Mamá!. Dos de ellos traen pistolas, ¿ya te diste cuenta?

Mi madre al fin entendió que esos sujetos no eran tan civilizados y que iba a ser imposible ponerse a charlar con ellos. Movió la palanca del coche y aceleró.

Vi cómo uno de los tipos levantaba su arma y nos apuntaba. Me agaché gritando:

- ¡Cuidado!

Los delincuentes prefirieron no disparar es esa transitada avenida. Se subieron a sus autos y comenzaron a perseguirnos de nuevo. Mi mamá aumentó la velocidad y trató de perderlos. Se salió de la vía rápida dando vuelta en una calle desconocida y detuve el coche para esconderlo detrás de los edificios.

Guardamos la respiración. Pasaron varios segundos. Parecía que habíamos logrado engañarlos, cuando de repente, los dos automóviles aparecieron dando vuelta justo detrás de nosotros. Mamá volvió a acelerar. La calle era oscura y solitaria. Esquivó un bache moviendo el volante con violencia. Mi cabeza chocó contra el vidrio lateral. No me quejé.

- Apresúrate –le dije-, ¡ahí vienen!

Miró nuevamente por el retrovisor.

- ¡No debí salirme de la avenida principal! –se lamentó-, ¿ahora qué hago?

- ¡Regresa! ¡Pidamos ayuda! Volvamos al hospital.

Mi madre dio la vuelta en otra esquina con la esperanza de entrar en la vía rápida, pero no había acceso. La calle pasaba por abajo. Continuamos de frente. Había muchos baches y topes. El chasis del coche golpeaba contra el pavimento.

- ¡Agárrate fuerte! –me dijo.

Dio otra vuelta de forma brusca. Logramos separarnos un buen tramo de los autos que nos seguían. Para nuestra desgracia, era un camino cerrado. Frenamos: el carro se derrapó antes de detenerse. Mi madre apretó el volante con fuerza. Su frente sudaba y por las mejillas le escurrían lágrimas de desesperación.

- Estamos atrapados –murmuró.

- ¡no! –respondí-. ¡Vámonos de aquí!. Échale en reversa.

Lo hizo. El coche se movió de forma zigzagueante. Al llegar a la bocacalle aparecieron los carros que nos perseguían. Mamá trató de esquivarlos. Nos obstruyeron el paso y chocamos contra uno de ellos.

Aunque la cajuela de nuestro coche quedó aplastada, el motor seguía en marcha. En cambio, el otro auto recibió el impacto de frente y se apagó. De su radiador roto se escapaba una columna de vapor y agua hirviendo.

- ¿Estás bien? –me preguntó mamá.

- Sí –contesté-. ¡Todavía podemos escapar!

Frente a nosotros quedaba un espacio por el que era posible dar la vuelta. Mamá giró el volante, movió la palanca de la transmisión y avanzó de nuevo. Nuestra defensa iba arrastrando y hacia un ruido tétrico.

El auto que permanecía intacto, se nos travesó. Golpeamos un poste de luz con el costado y evadimos el obstáculo. Entonces, los nervios traicionaron a mi madre. Pisó el acelerador a fondo y perdió el control del vehículo. En vez de frenar, aceleró más. Dio un fuerte volantazo y nos subimos a la banqueta, pero con tal inercia, que el coche quedó en dos ruedas; anduvo unos metros así, antes de voltearse. Escuchamos los vidrios romperse. Cerré los ojos. Mi cabeza me dio vueltas. Recordé las palabras de IVI:

Felipe amado, yo sé muchas cosas que ignoras. Tu guerra no es contra la gente de carne y hueso sino contra seres espirituales perversos que dominan a las personas. Así como hay fuerzas del mal que desean destruirte, cuentas con un enorme ejército de fuerzas bondadosas que te defienden.

En esos últimos días había estado leyendo las tarjetas de IVI. Una de ellas decía algo así:

En la creación, existen DOS grupos siempre en contraposición: El de los seres bondadosos y el de los malvados. No te equivoques de equipo. Jamás juegues para ambos bandos. No hagas el mal unas veces y pretendas ser bueno en otras. Dios detesta a las personas tibias. Tú eres un campeón. Elige el equipo correcto.

De pronto, me di cuenta que estábamos de cabeza.

Mamá lloraba y emitía gritos de desesperación.

- ¿Te duele algo? –Me preguntó.

- No –contesté-. ¿Y a ti?

- Tampoco... ¡Ay!

De inmediato supe que sí le dolía algo. Aunque trataba de hacerse la fuerte, se había lastimado.

- Ahí está la avenida principal... –dijo entre gemidos-. Si corremos tal vez lleguemos a ella antes de que nos alcancen.

Me quité el cinturón de seguridad y quise abrir mi portezuela. Estaba atorada. Mamá también se quitó el cinturón.

El parabrisas hecho añicos, se sostenía en el marco. Le di una patada, y se desquebrajó hacia delante.

Salí a gatas. Mi madre intentó seguirme. Emitió un grito de dolor y se detuvo. No podía moverse.

Me paré junto al carro volcado. Las llantas hacia arriba, aún daban vueltas. Vi a lo lejos.

Los dos automóviles de los rufianes permanecían en el mismo sitio.

De pronto, observé la figura de los cuatro hombres armados que se acercaban a mí.

Dos de ellos traían pistola; los otros dos un bat de béisbol.

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